Homenaje al momento en el que descubrí que soy Hulk. Corría el 2 de febrero de 2015 en los Lyngen Alps del norte de Noruega. Mi madre y yo habíamos contratado un paseo nocturno con trineo de huskies en la que se suponía iba a ser una reposada y tranquila búsqueda de auroras boreales.

Pero no. Sin saber cómo, me vi ejerciendo de musher de pacotilla en plena tormenta de nieve. Estaba petrificada por el frío, cegada por los continuos azotes de un viento supra-gélido y ensordecedor, con las pestañas cubiertas de hielo, un moquillo congelado asomando por la nariz y temiendo por la integridad de mi pasajera, que iba sentada delante sin ser en absoluto consciente de mi rotunda inutilidad.

Y ocurrió lo inevitable. Perdí el equilibrio, solté las riendas y caí de espaldas. Me hundí medio metro en la nieve, mientras veía como el trineo seguía sin mí a toda leche, con mi adorada madre subida en él, felizmente ajena a la situación.

Entonces sentí un colosal subidón de ardiente adrenalina recorriendo mi cuerpo. Y me convertí en Hulk. Empecé a chillar como una loca y a abrirme paso entre la nieve, corriendo detrás en modo «gladiador». Milagrosamente, logré alcanzar el trineo, me agarré a los tablones, cogí impulso y pegué un salto del que jamás me habría creído capaz. Recuperé las riendas y continué haciendo como que los guiaba yo, hasta el feliz momento en el que los perros decidieron parar.

Aquella noche se convirtió en la más feliz de mi vida. Y todo gracias a unos alegres huskies chalaos’.